¿POR QUÉ SIGO HACIÉNDOLO?
Cuando estaba muy gordo y comía muy mal, recuerdo sentir la
necesidad de tener la boca llena en cada bocado que tomaba, como si
masticar cantidades manejables de comida no fuera igual de
satisfactorio. Mi idea, no buscada a conciencia, pero plenamente
aceptada, era que si no estaba comiendo “lo máximo posible” en
cada momento, no estaba aprovechando el momento.
Con la bebida me pasaba lo mismo, tomaba coca cola en cantidades ingentes, tres o cuatro litros al día, siempre en lata, y siempre en dos o tres sorbos, haciendo que muchos momentos en los que bebía, que deberían haber sido algo cotidiano y trivial, tuvieran la forma sutil de un pequeño desafío a mi capacidad de tragar.
Cuando uno está pasado de peso y a la vez se siene fuera de control en ralación a la comida, puede sentirse bien comiendo mucho, siempre y cuando lo haga rodeado de otros que comen de una manera semejante, es lo mismo que transmite el refrán: “mal de muchos, consuelo de tontos”. Cuando uno se siente fuera de control, pero está con otras personas que se comportan de una manera semejante, lo descontrolado, se vuelve estadísticamente normal, más frecuente, por tanto aceptable. (obviamente el razonamiento que conduce a esta conclusión está equivocado, pero resulta muyconveniente para quien se siente fuera de control pueste que le exime de responsabilidad, y esto sin entrar a tener en cuenta el esfuerzo y la pereza… que si bien son elementos de otra naturaleza, forman parte del mismo tema principal)
La necesidad de sentir que uno consume lo máximo posible no tiene que ver con un mayor disfrute de la comida, ni tampoco dar una calada enorme a un porro produce un efecto mucho mejor que dar varias pequeñas, es diferente, pero no mucho mejor. ¿que cómo lo sé? Muy fácil, aunque el efecto agudo de dar una calada larga puede ser más intenso, lo cierto es que quien la da no busca un nivel de intoxicación mayor. Daría esa misma calada con un porro más suave, y con uno más intenso, y sólo en caso de exceso tendería a corregir su manera de fumar, lo que busca en esas caladas intensas, igual que lo que yo buscaba en los bocados enormes, y mi paciente J. En sus rayas de casi medio gramo de cocaína no es el efecto de lo droga, sino la identificación. La sensación física que le dice que está siendo quien quiere ser, el que más come, el que fuma sin medida, el que se mete las rayas más largas… entonces, ¿se trata de una masculinidad tóxica llevada al extremo? No mi amor, no tiene nada que ver con compararse con otros, eso puede suceder en las primeras etapas de consumo de cualquier droga, cuando se actúa por imitación, para acceder a un status que nos parece superior al que ya poseemos. Pero cuando ya se ha alcanzado un cierto nivel de adicción, la manera de consumir es la del otro yo. ¿quién es ese otro yo? Muchas veces los adictos dicen que cuando consumen parece que fuera otra persona la que decide, como si ellos perdieran el control y lo asumiera otro yo.
Ayer J. que
consume cocaína desde que
era un chiquillo, y está
a punto de cumplir los
cuarenta, cuando le pregunté
por qué consumía, qué
buscaba en los episodios de consumo, me
dijo exactamente que no
lo sabia, pero que cuando estaba solo, era como si otro yo se
apoderara de él y no pudiera
evitar hacerlo.
Y aunque no hay tal cosa como otro
yo, si hay otro rol, varios de hecho, todos asumimos distintos roles,
según las circunstancias. Podemos llamarlos modos, actitudes, roles,
o personalidades, son conjuntos de mecanismos de pensamiento y
actuación que automatizan ciertas respuestas y que nos sirven para
minimizar el pensamiento y por tanto para acelerar y optimizar
nuestro proceder. J. Adopta
un rol cuando consume que es diferente a su proceder “cotidiano”
en su día a día es un padre de familia, prudente, temeroso del
perjuicio que puedan sufrir sus hijas adolescentes si se comportan de
manera inadecuada, protector de su esposa, y de su familia en
general, trabajador, un buen tipo y bastante tranquilo e inteligente
además. Sin embargo cuando viaja por trabajo, que es bastante a
menudo, si le quedan unas cuantas horas libres en el hotel, se compra
un gramo de cocaína, y lo consume mirando televisión y pasando el
rato sin más. La mayoría de las veces el primer gramo deja paso a
un segundo y un tercero y a veces a más. Como ya ha estado en
urgencias muchas veces por intoxicaciones de cocaína, no es que no
le importe pero el miedo no es el mismo que en una primera visita. Le
pregunté ¿qué buscaba en esas dosis? tomadas en un entorno tan poco
estimulante como la habitación común de hotel en la que tiene que
esperar a la reunión de la noche, o del día siguiente, sin más
complementos que un programa de televisión cualquiera. Y no pude
evitar pensar en el cómico JJ Vaquero, quien ha hablado abiertamente
de su adicción a la cocaína y ha descrito episodios idénticos al
de mi paciente, J.
No tengo ninguna duda de cual es la razón, por la cual J. Necesita meterse rayas muy grandes, y es la misma por la cual yo comía grandes bocados, y a la vez es la misma razón por la cual quienes hemos sido adictos a algo, no debemos tontear con ese algo, y a la vez podemos engancharnos, con el mismo tipo de enganche a otras cosas completamente diferentes, esa razón es la identidad.
El cerdo entre los cerdos del que hablaba antes, el que hace algo mal pero lo hace rodeado de otros semejantes, no se siente mal porque sus acciones están validadas por otros, pero a la vez se siente reivindicado cuando sus acciones son censuradas. Cuando a J. Le dicen que tiene que dejar de consumir, como cuando a una muchachita le dicen que tiene que adelgazar, o engordar, o lo que sea… es muy probable que sienta que su ser, está siendo juzgado, que es “él” o “ella” quien tiene que cambiar, y que te quieran cambiar resulta ingrato. Incluso cuando uno quiere cambiar. Las dificultades que cada cambio tenga, o las resistencias que cada uno ofrece, son otro tema, aquí nos interesa la razón. Si la razón para cambiar viene de fuera, entonces habrá rebelión, rechazo, resistencia, etc. Si la razón para cambiar soy yo mismo, todo irá bien.
Volviendo al asunto principal, resulta que el otro yo del que hablaba ayer J. no es más que el rol de J. que en algún momento asoció a un cierto nivel de seguridad y de autonomía. Vamos a los detalles concretos de este caso, J. tuvo una infancia traumática, sin padres, criado amorosamente por sus abuelos, pero en condiciones desfavorables. Cuando su madre volvió a su vida, era adicta a la heroína y una peor influencia de lo que se pudiera imaginar. La cocaína entro en su vida sin demasiado esfuerzo, y lo hizo de la mano de referentes de su entorno, amigos de la calle, que precisamente por estar consumiendo algo prohibido venía reforzada su seguridad, y transmitían entereza y bienestar. (nuevamente pesa la idea del cerdo entre los cerdos, incluso aunque alguno de ellos no estuviera bien, trataría de hacer creer a los demás que sí, para no tener que afrontar su miseria, su enfermedad, su error)
Ver a muchachos que no sufrían su dolor familiar, consumir y sentirse bien, bastó para querer probarlo, la presión ambiental, y los efectos agudos de las primeras dosis bastan para continuar y asentar el consumo, y lo demás es historia…
J. necesitaba neutralizar el miedo, la culpa y la pena de su infancia y las dosis de cocaína le servían, no para aliviar el malestar, sino para cambiar de rol, a uno en el que esos dolores no eran tenidos en cuenta. Alguien que sabe que consumir está mal, que es malo para su salud, que es peligroso, para su relación de pareja y para toda su familia en general, si lo sigue haciendo es porque “no le importa nada” porque “está por encima del bien y del mal” en resumidas cuentas: porque no tiene miedo.
El rol de J. al consumir me recuerda al de otro paciente que se calmaba cuando consumía cocaína, porque apagaba su vigilancia, siempre activo por haber sufrido abusos en la infancia. J. no fue abusado como tal, pero vivió violencia extrema en su familia, y experimentó un desapego tal que no lo pudo dejar de lado sino hasta la primera sesión que hicimos juntos ya hace algún tiempo. Dejar de torturarse por recuerdos de hace treinta y cinco años, le dio paz, y le sirvió para estar más de un mes sin consumir y cambiando todos sus parámetros de conducta y experiencia. Y ¿ por qué recayó? Muy fácil, porque estando solo en un hotel sintió añoranza de desempeñarse con el rol seguro y despreocupado del yo que consume, del que no mide, del que necesita una raya enorme, y le da igual que papá muriera, o cual haya acabado siendo el destino de mamá… necesita evadirse, y la cocaína es la señal que activa ese rol. La cocaína no da seguridad real, pero puede falsearla de manera muy convincente.
Cuando uno se identifica con una manera de consumir, puede ver reforzada su propia personalidad, aun cuando ese consumo vaya en contra de la propia personalidad.
A J. su vida no le va mal, pero no siente que haya llegado a ella porque a él le gustara lo que ha ido haciendo, sino que vive “lo que le ha tocado vivir”. Los ludópatas, aún sabiendo que van a perder, o que ya han perdido tanto que nunca lo van a poder recuperar, siguen apostando porque cuando apuestan, en una parte de su mente creen que pueden hacer su propio destino, ser dueños de lo que les pase, y mandar en su vida. Lo que busca J. cuando se mete una raya, o cinco gramos en una noche, es lo mismo que el ludópata que ya ha perdido ochocientos mil euros en el bingo y sigue yendo cada día, como si algo bueno pudiera salir de allí… incluso sabiendo antes de ir que tendrá sensaciones malísimas mientras apueste y cuando vuelva a casa, incluso aunque haya tenido una vitoria puntual. Lo que buscan es huir del rol de víctima, del rol de persona con miedo, del aburrimiento y de una vida que no es propia.
Esto no quiere decir que todos los adictos necesiten cambiar de vida para sentirse bien, ni que todos vivan vidas “enajenadas” o impropias, lo que quiere decir es que deben hacerse dueños de su vida, elegir conscientemente lo que quieren que constituya su vida, en esencias, y no en experiencias, deben hacerse dueños de lo único que en realidad poseen, que es su identidad, su ser, y no permitir que la cotidianidad, la hipoteca o los seres cercanos condicionen su personalidad.
La mayoría de las personas que trabajan en configurar una vida a su medida, con sus intereses reales presentes, con su energía involucrada y con la responsabilidad correspondiente, no necesita cambiar de pareja, ni de trabajo, ni de lugar de residencia, sencillamente necesita identificar aquello que vive con sus decisiones libres y conscientes y enseñorearse de ellas. Cuando las decisiones que uno haya ido tomando estén muy alejadas de la vida que uno siente que debe llevar, entonces es posible que sea tiempo de, sin dejar de asumir las responsabilidades aceptadas previamente, cambiar lo que se hace, para cambiar lo que se vive.-
Es necesario configurar un rol de
conducta que sirva para cada día, que esté libre de miedo, y que
tenga la vida tan llena y alegre como sea posible, cuanto más
enérgica es la personalidad del rol cotidiano que utilizamos para vivir, cuanto más heroica y firme, menos fuerza tiene el otro yo,
para tentarnos, distraernos o anestesiarnos. Por el contrario si
vivimos externalizados, haciendo lo que se espera de nosotros, (que
puede ser lo mismo que nosotros mismos querríamos, pero sin sentirlo
así) y dejando de lado nuestra esencia, entonces, incluso aunque
tuviéramos una vida buena, un yo cualquiera que se salte las normas,
que se haga valer, que sea más firme y valiente nos va a poder
tentar, da igual con qué, cocaína, gritos, internet, apuestas… lo
que fuera con tal de poder desconectar la sensación de miseria vital
que se tiene cuando uno siente que no está viviendo su propia vida.
Quienes hemos tomado acciones
nocivas contra nosotros mismos en busca de la libertad, no podríamos
haber estado más equivocados. “No importa lo que
hagas, nada te hará libre. Ya eres libre.” lo
único que de verdad te puede hacer sentir libre, es la asunción, es
aceptarlo, no rehuir de la responsabilidad, querer la capacidad de
decidir y las consecuencias posteriores. Cuando no aceptas alguna de
las partes de la libertad, no la pierdes, sigues teniéndola, pero no
la disfrutas.
Los adictos que al dejar su adicción sienten que han perdido la capacidad hacer aquello que les había enganchado, no se han dado cuenta de que siguen pudiendo hacerlo, y creen que están sometidos a una prohibición externa. Tú tomas todas tus decisiones, bajo la influencia de muchos factores, pero la tomas tú. Aceptar la propiedad de los actos es la única manera posible de sentirse capaz de modificar alguna cosa. Una vez aceptada esa potestad lo que te queda es preguntarte qué quieres, y cuanto lo quieres. El ejercicio que te propongo para que definas tu propia identidad se llama Quiero y no quiero. Es un juego de introspección, una manera de mirarte y retratarte, evitando la influencia externa. Si lo haces bien te será utilísimo desde el primer minuto que le dediques.
Palma de Mallorca, 26/08/2023
PD: cuando tengas un minuto, escucha "La canción del otro yo" de Rafael Amor.