UN CÓCTEL DE ERRORES
Recuerdo a una muchacha que se dedicaba a limpiar casas en Mallorca, como tantas otras
personas del sector de limpieza trabajando en negro, y por un sueldo modesto. Ella no estaba incómoda con su profesión, ni con su estatus, le parecía normal porque se había acostumbrado, y porque de hecho es lo que ha visto en su entorno. Su madre se crio en una ciudad pequeña del sur de argentina, y toda la vida se dedicó a limpiar casas, era una persona casi sin formación que ciertamente tenía muy pocas oportunidades de cambiar de trabajo, y con su sueldo no podía ni soñar con irse a Europa, o a Estados Unidos, donde podría ganar más dinero, y ahorrar un poco para progresar de alguna manera.
La muchacha de lo que yo os hablo se había especializado en su trabajo, y era muy profesional, pero no porque fuera cómodo para ella, ni porque fuera lo que quisiera, sino porque había grabado en su cabeza la idea de que limpiar era su destino. Seguramente nunca lo pensó o lo dijo con esas palabras, pero era lo que estaba en su cabeza.
Una mañana mientras limpiaba, el marido de la señora que la había contratado estaba tomando un café en la cocina y hablando por teléfono en inglés. Cuando colgó, ella le dijo: “Que bien habla usted, parece que fuera inglés” y el señor se rio fuertemente porque le pareció un chiste muy bien lanzado, pero enseguida vio que ella no se reía, así que le explicó que no había estado hablando en inglés, sino en alemán. Le pareció increíble que aquella chica que ya estaría cerca de los cuarenta años no supiera distinguir dos idiomas tan importantes, especialmente viviendo en Mallorca. Ella le dijo: “es que yo no tuve la suerte de aprender idiomas”. Como si fuera algo acabado y que ya no tenía vuelta atrás. Él le respondió: “nunca es tarde para aprender” yo aprendí por mi cuenta. Ese mismo día le regaló el libro con el que él había empezado desde cero, y le descargó un aplicación gratuita para el móvil.
Al cabo de unos meses esta muchacha hablaba un rudimentario alemán, que le bastó para que le dieran un trabajo, contratada legalmente y con un sueldo mucho mejor en la casa de unos alemanes. Es un ejemplo básico de progreso por un poco de formación, hay millones de ejemplos cada año en todo el mundo. Pero sobre todo es un ejemplo de que uno puede haber dado una oportunidad por pasada, cuando en realidad sigue perfectamente vigente.
A esta muchacha aprender alemán le costó exactamente cero euros, y le sirvió para socializar extraordinariamente, porque cuando aprendió unas cuantas frases, que las iba practicando con el hombre de la casa en la que limpiaba, este le recomendó que fuera a algún bar del arenal, zona de turismo alemán por antonomasia, y que se dedicara a intentar hablar con quien fuera, y así fue cómo cambió de trabajo, y como se echó un novio alemán.
Para poder trabajar con la gente que te pagará más por tus horas, a veces hay que aprender alemán, o a utilizar una motosierra, o a tocar el piano, la formación es imprescindible a la hora de crear valor, no sólo económico. Cierto es que hay circunstancias en las que el acceso a la formación es más difícil, o incluso casi imposible, pero hay muchas en las que no lo es.
Si le hubieras preguntado a Silvina unos días antes de empezar con el alemán, si creía que estaba haciendo lo que tenía que hacer, te diría que sí, porque cada mañana se levantaba y trabajaba, y muy duramente, además. Pero lo cierto es que en el fondo siempre quiso aprender algún idioma, le parecía una suerte saber hablar otros idiomas, y aunque lo tenía al alcance de su mano, y a coste prácticamente cero, nunca se había decidido a hacerlo. Según sea tu criterio puede que opines que Silvina era una vaga que no se esforzaba en aprender, o una víctima de la mala educación que le impidió desarrollar su potencial, o del patriarcado, o del capitalismo que la estigmatizaron haciéndole creer que sólo servía para eso, etc.
La verdad es que su hermana se había ido a vivir a los Estados Unidos cuando tenía dieciocho años, sin saber hablar inglés y se adaptó perfectamente, así que había tenido otros ejemplos antes de que si quieres aprender un idioma puedes hacerlo, pero no le habían resultado tan claros, o tan estimulantes. Me atrevo a decir que la clave en su cambio fue que creyó que él señor había aprendido por sus propios medios, y se sintió capaz de intentar algo de forma privada, sin que nadie interviniera. Primero porque no tenía mucho dinero para recibir clases, pero especialmente y segundo porque no se sentía segura de poder aprender o de ser capaz de hacerlo bien, y quería evitar el ridículo, el juicio, la vergüenza, etc.
Esta pequeña historia que, como todas no deja de ser anecdótica, pone de relieve varios fallos habituales den la autoestima: No atreverse a decidir, no evaluar correctamente las propias capacidades, no priorizar las propias expectativas, no darse margen de error, no saber lo que hay que hacer, y desde luego no hacerlo. Todo eso era el día a día de Silvina hasta que un día, por hacer un comentario sin importancia todo cambió.
Aunque parezca que tuvo suerte porque le ofrecieron un libro, y una app, y la persona que se cruzó con ella tenía información y buena energía, lo cierto es que podría haber hecho lo mismo, o incluso mejor, yendo a la biblioteca la primera semana que llegó a España y poniéndose a aprender inglés, alemán o lo que fuera. O yendo a Estados Unidos con su hermana unos cuantos años antes, o… bueno oportunidades tuvo muchas, todo cambió cuando ella tomó una decisión. Las decisiones son la clave, pero para darse permiso para decidir es necesario tener una mínima sensación de seguridad en uno mismo, o al menos una cierta tolerancia al error y al fracaso. Y también sentir que la decisión tiene algún sentido, y que puede tener alguna consecuencia.
La muchacha de lo que yo os hablo se había especializado en su trabajo, y era muy profesional, pero no porque fuera cómodo para ella, ni porque fuera lo que quisiera, sino porque había grabado en su cabeza la idea de que limpiar era su destino. Seguramente nunca lo pensó o lo dijo con esas palabras, pero era lo que estaba en su cabeza.
Una mañana mientras limpiaba, el marido de la señora que la había contratado estaba tomando un café en la cocina y hablando por teléfono en inglés. Cuando colgó, ella le dijo: “Que bien habla usted, parece que fuera inglés” y el señor se rio fuertemente porque le pareció un chiste muy bien lanzado, pero enseguida vio que ella no se reía, así que le explicó que no había estado hablando en inglés, sino en alemán. Le pareció increíble que aquella chica que ya estaría cerca de los cuarenta años no supiera distinguir dos idiomas tan importantes, especialmente viviendo en Mallorca. Ella le dijo: “es que yo no tuve la suerte de aprender idiomas”. Como si fuera algo acabado y que ya no tenía vuelta atrás. Él le respondió: “nunca es tarde para aprender” yo aprendí por mi cuenta. Ese mismo día le regaló el libro con el que él había empezado desde cero, y le descargó un aplicación gratuita para el móvil.
Al cabo de unos meses esta muchacha hablaba un rudimentario alemán, que le bastó para que le dieran un trabajo, contratada legalmente y con un sueldo mucho mejor en la casa de unos alemanes. Es un ejemplo básico de progreso por un poco de formación, hay millones de ejemplos cada año en todo el mundo. Pero sobre todo es un ejemplo de que uno puede haber dado una oportunidad por pasada, cuando en realidad sigue perfectamente vigente.
A esta muchacha aprender alemán le costó exactamente cero euros, y le sirvió para socializar extraordinariamente, porque cuando aprendió unas cuantas frases, que las iba practicando con el hombre de la casa en la que limpiaba, este le recomendó que fuera a algún bar del arenal, zona de turismo alemán por antonomasia, y que se dedicara a intentar hablar con quien fuera, y así fue cómo cambió de trabajo, y como se echó un novio alemán.
Para poder trabajar con la gente que te pagará más por tus horas, a veces hay que aprender alemán, o a utilizar una motosierra, o a tocar el piano, la formación es imprescindible a la hora de crear valor, no sólo económico. Cierto es que hay circunstancias en las que el acceso a la formación es más difícil, o incluso casi imposible, pero hay muchas en las que no lo es.
Si le hubieras preguntado a Silvina unos días antes de empezar con el alemán, si creía que estaba haciendo lo que tenía que hacer, te diría que sí, porque cada mañana se levantaba y trabajaba, y muy duramente, además. Pero lo cierto es que en el fondo siempre quiso aprender algún idioma, le parecía una suerte saber hablar otros idiomas, y aunque lo tenía al alcance de su mano, y a coste prácticamente cero, nunca se había decidido a hacerlo. Según sea tu criterio puede que opines que Silvina era una vaga que no se esforzaba en aprender, o una víctima de la mala educación que le impidió desarrollar su potencial, o del patriarcado, o del capitalismo que la estigmatizaron haciéndole creer que sólo servía para eso, etc.
La verdad es que su hermana se había ido a vivir a los Estados Unidos cuando tenía dieciocho años, sin saber hablar inglés y se adaptó perfectamente, así que había tenido otros ejemplos antes de que si quieres aprender un idioma puedes hacerlo, pero no le habían resultado tan claros, o tan estimulantes. Me atrevo a decir que la clave en su cambio fue que creyó que él señor había aprendido por sus propios medios, y se sintió capaz de intentar algo de forma privada, sin que nadie interviniera. Primero porque no tenía mucho dinero para recibir clases, pero especialmente y segundo porque no se sentía segura de poder aprender o de ser capaz de hacerlo bien, y quería evitar el ridículo, el juicio, la vergüenza, etc.
Esta pequeña historia que, como todas no deja de ser anecdótica, pone de relieve varios fallos habituales den la autoestima: No atreverse a decidir, no evaluar correctamente las propias capacidades, no priorizar las propias expectativas, no darse margen de error, no saber lo que hay que hacer, y desde luego no hacerlo. Todo eso era el día a día de Silvina hasta que un día, por hacer un comentario sin importancia todo cambió.
Aunque parezca que tuvo suerte porque le ofrecieron un libro, y una app, y la persona que se cruzó con ella tenía información y buena energía, lo cierto es que podría haber hecho lo mismo, o incluso mejor, yendo a la biblioteca la primera semana que llegó a España y poniéndose a aprender inglés, alemán o lo que fuera. O yendo a Estados Unidos con su hermana unos cuantos años antes, o… bueno oportunidades tuvo muchas, todo cambió cuando ella tomó una decisión. Las decisiones son la clave, pero para darse permiso para decidir es necesario tener una mínima sensación de seguridad en uno mismo, o al menos una cierta tolerancia al error y al fracaso. Y también sentir que la decisión tiene algún sentido, y que puede tener alguna consecuencia.